Estuve leyendo un artículo excelente de mi colega de la República de Angola, Amílcar Mário Quinta, sobre su visión acerca del lenguaje parlamentario (“Descontruindo o conceito de linguagem nao parlamentar”).
Debo confesar, que ese artículo me hizo reflexionar mucho acerca de nuestra propia oralidad parlamentaria.
Como todos saben, en estos momentos se está debatiendo en el Congreso de la República Argentina la “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los argentinos”.
El debate de esta ley viene mostrando unos niveles de agresión parlamentaria como no habíamos visto nunca en la República Argentina.
Las agresiones emitidas en el debate de esta ley contravienen los principios más básicos del decoro legislativo y se oponen a muchos valores éticos esenciales que deberían estar siempre presentes en los debates parlamentarios.
Muchos parlamentarios deben entender que para ellos el lenguaje oral es una herramienta de trabajo; y, por ello, deben tratar de emitirla con gramática, con estilo, con mesura y con serenidad.
La República Argentina fue testigo, a lo largo de su historia, de debates parlamentarios memorables. Las bancas del parlamento argentino estuvieron ocupadas por grandes intelectuales y escritores, como, por ejemplo, Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda, José Manuel Estrada, Juan Bautista Alberdi, Leandro N. Alem, Miguel Cané y tantos otros ilustres exponentes del pensamiento y la cultura nacional.
Esos legisladores han dado prestigio, nivel y valor histórico a los debates parlamentarios en los que ellos participaban.
Debido a esa ilustre tradición argentina de debates de alta calidad, el pueblo argentino se acostumbró a mirar al parlamento todo el tiempo, buscando el reflejo de aquellos ilustres ejemplos parlamentarios.
La sociedad mira al parlamento, sigue sus debates, y observa el comportamiento de sus representantes en el Congreso Nacional.
En la Argentina, la televisión transmite en forma permanente las sesiones parlamentarias y los medios de comunicación destacan periodistas en todas las sesiones. Y mucho más aún, cuando se trata de leyes como la que motiva estos pensamientos, es decir, la “Ley de Bases”, que va a definir tantos cambios en la vida de los argentinos.
Los parlamentarios tienen que ser conscientes de que la gente los escucha. Y, lo que es peor, muchos niños y jóvenes, que todavía están en formación académica e intelectual, también los están escuchando.
Por eso, los parlamentarios deben ser cuidadosos de no utilizar palabras y expresiones “antiparlamentarias” que ofendan el nombre y el honor de otros parlamentarios, o que insulten la forma de vida, las ideologías, las características físicas o las discapacidades de los ciudadanos que escuchan los debates.
Las palabras, si son buenas, son maravillosas, pero, pueden ser destructivas si son malas, si son mal usadas o se eligen para menoscabar, despreciar o ridiculizar al adversario.
Los parlamentarios no deben utilizar lenguaje “antiparlamentario”.
En Argentina el uso del lenguaje antiparlamentario es excesivo. La política, en sí misma, ha perdido nivel de exposición y la calidad narrativa de muchos políticos es de un muy bajo nivel.
En la actualidad podemos oír frases mal construidas, verbos mal conjugados, descalificaciones personales e insultos que están al nivel mismo de la más repulsiva pelea callejera.
De manera constante muchos legisladores acusan a otros legisladores de la comisión de delitos, sin hacer denuncias a la Justicia. Todo queda en la nada misma, pro, el buen nombre y honor del acusado queda manchado.
Desde sus bancas muchos legisladores acusan a varios periodistas de estar comprados por el poder político o económico, también, sin pruebas.
Muchos no se dan cuenta que, con sus palabras, hacen daño mucho más allá de los muros del recinto parlamentario.
Muchos legisladores parecen no estar conscientes del impacto político y social de su conducta.
Muchos parlamentarios deben entender que el agravio no puede ser un recurso oratorio; y que los insultos no pueden formar parte del vocabulario parlamentario.
Escuchando los debates parlamentarios podemos encontrar muchas palabras que sólo se usan en el vocabulario de los prostíbulos, de las cárceles y de las guaridas de delincuentes.
No me parece correcto que los legisladores se amparen en el famoso “calor del debate”. Esa es una justificación muy infantil.
Un parlamentario, como bien dice mi colega Amílcar Mario Quinta, está para hablar. Como cuenta mi colega angolano, parlamentar viene del verbo francés “parler”, es decir, “hablar”.
Entonces, la primera obligación de un parlamentario es hablar, es favorecer y fortalecer el diálogo entre parlamentarios y sectores políticos.
La primera obligación de un parlamentario es buscar los consensos políticos. El consenso es un acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos.
Y, debido a todo ello, no deberían ampararse en la “inmunidad parlamentaria” para decir cualquier cosa de cualquier persona.
La “inmunidad parlamentaria” es un fuero o privilegio que tienen los legisladores de acuerdo con el art. 68 de la Constitución Nacional que establece que “ninguno de los miembros del Congreso puede ser acusado, interrogado judicialmente, ni molestado por las opiniones o discursos que emita desempeñando su mandato de legislador”.
Pero, esta norma, no es un “permiso de piratería” para que cada uno diga lo que quiera, de quien quiera, cuando quiera y con el único objetivo de desprestigiarlo o anularlo políticamente.
La inmunidad parlamentaria es para que ninguno de los otros dos Poderes del Estado pueda actuar en contra de los legisladores. La inmunidad no fue establecida para usar el discurso privilegiado para ofender, atacar o imputar delitos a los que no piensan como ellos.
Debido al artículo 188 del Reglamento de la Cámara de Diputados se pueden aplicar sanciones legislativas a los diputados que cometan faltas tales como personalizaciones, insultos o interrupciones reiteradas. Hasta se les puede prohibir el uso de la palabra y se les puede llamar al orden (arts. 185, 186 y 187 Reglamento H.C.D.). Por su parte, el título XVII del Reglamento de la Cámara de Senadores establece sanciones similares para los integrantes de la Cámara Alta.
Debido a ese alto privilegio que tienen los parlamentarios, deberían ser más cuidadosos que nadie cuando emiten opiniones o se dirigen oralmente a otro legislador.
Los legisladores deberían cuidar su estilo. Deben cuidar su forma de hablar, el tono en el que hablan, y, como dice mi colega Amílcar Mario Quinta, deben cuidar también su lenguaje gestual y ciertas palabras que no son adecuadas.
Ser legislador es una posición muy alta y muy importante. Y, por ello, ciertas palabras que imputen vicios, inconductas, y delitos a otro legislador, sin contar con las pruebas necesarias, deberían ser severamente sancionadas.
Voy a poner un ejemplo. Todos saben que yo soy un referente en mi sector profesional. Debido a ello, recibo en mis redes, correos y demás canales de comunicación, numerosas consultas y pedidos de orientación de parte de muchos colegas y seguidores que leen mis publicaciones.
Hace algunos días recibí una consulta de una madre muy angustiada porque su hijo de 8 años es zurdo y no quiere ir a la escuela porque sus compañeros le hacen bulling y le dicen que lo van a golpear porque es zurdo, porque en la televisión dicen que “hay que terminar con los zurdos” y “hay que matar a los zurdos”.
En este momento hay un debate muy violento en la Argentina entre anti-zurdos y filo-zurdos.
Pero, como todos saben, en Argentina se le dice “zurdos” a las personas que tienen una ideología política “de izquierda”.
El hijo de 8 años de la señora que me escribió es zurdo porque escribe con la mano izquierda, y no, claro está, porque tenga a los 8 años ideologías políticas de izquierda.
Con lo que acabo de contar, quizás, sirve para ofrecer una prueba del daño que un debate político violento y encarnizado puede causar en personas inocentes como los niños.
En lo personal, soy un profesional de la logística personal que veo a la construcción de las relaciones interpersonales e interinstitucionales dentro de un marco ético, basado sobre valores humanos esenciales, sobre el respeto, la mesura, la reflexión y la cordura democrática.
En mi visión de la Democracia, el decoro parlamentario es fundamental.
Mi ilustre colega angolano Amílcar Mario Quinta utiliza la expresión “debate saludable”. Y yo creo, desde mi punto de vista, que, si un debate parlamentario no es saludable, no contribuye a la paz social de la comunidad en la que vivimos.
Sin salud parlamentaria es difícil que podamos tener salud política y social. El primero de los remedios es cuidar el lenguaje parlamentario, porque en el parlamento están los representantes del pueblo y los legisladores deben demostrar que están a la altura del debate histórico que están protagonizando.
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